

Como señala José Gobello en Conversando Tangos:
Es claro que en los fragmentos de Borges caben muchísimas cosas. Borges ha de ser el autor argentino más citado. Y se explica, porque es el que ha dicho mayor cantidad de cosas con el menor número de palabras. En su juventud -ya se sabe- caminó los barrios y trabó amistad con algunos condescendientes compadres de Palermo, a quienes llevó luego a la literatura. Eran compadres todavía no agringados, introvertidos y sentenciosos; compadres de guitarra y caña dulce, capaces de cantar cosas como ésta: la vida no es otra cosa / que muerte que anda luciendo. De uno de aquellos compadres, Nicanor Paredes, aprendió Borges la filosofía del compadraje. Todo se reducía -me parece- a un servilismo señorial; a una presuntuosa altivez, con aval de cuchillo, puesta al servicio del caudillo de turno. Los caudillos políticos eran para el compadre lo que los otros caudillos habían sido para los gauchos. Luego, algunos compadres podían derivar a caudillos de barrio, a caudillos de segunda andana, a lo que ahora, en el lenguaje de comité, se llama punteros. Su breve actividad eran las elecciones y su larga vacación el truco, la guitarra, el tango y el duelo criollo.

Borges caminaba ese mundo a ratos y enseguida volvía a sus libros y a su pensar. El hábito de la reflexión lo llevó a convertir las cosas en ideas, en ideas abstractas, en ideas puras. Al cabo de tantos años el compadre es para Borges una realidad mezquina -mezquina para todo, menos para la muerte- y el tango -el tango que vio bailar en el suburbio-, un acto de lujuria camuflada de gimnasia. La gloriosa cabeza de Borges está habitada por ideas absolutas, del mismo modo que la noble cabeza de Platón estaba poblada por paradigmas. Pero el mundo cambia, cambian las cosas, y el tango ya no es el tango que vio bailar Borges contra un ocaso amarillo / por quienes eran capaces de otro baile: el del cuchillo. El compadrito ha terminado agringándose y comiendo pastashuta. El nuevo compadrito, mezcla rara de criollo y calabrés; el nuevo tango, alisado por las suripantas gringas en la "Stella di Roma" o en el "Scudo d'Italia", de la calle Corrientes al mil y pico, no corresponden a las ideas absolutas que Borges elaboró en el Palermo todavía no agringado de los años 1922 ó 1925. Pero Borges no ha querido elaborar nuevas ideas. Y ante las nuevas cosas -ante el nuevo tango, ante el lunfardo- asume la actitud del prevenido que en el zoológico, ante la jaula del hipopótamo, exclamó: "A mí no me embroman; este animal no existe".
Borges amó y ama a la ciudad y se avino a escribir letras para ser cantadas con música de tango o de milonga. En esas letras luce un tono payadoril. Creo que como Borges las habrían escrito los compadritos, si no hubieran sido analfabetos. Porque para el compadrito, ese ripioso juntador de rimas llamado payador era la poesía misma. Una de las letras de Borges es la de la milonga A don Nicanor Paredes que musicó Piazzolla y me sugirió las precedentes irrespetuosidades.
Venga un rasgueo y ahora,
Con el permiso de ustedes,
Le estoy cantando, señores,
A don Nicanor Paredes.
No lo vi rigido y muerto
Ni siquiera lo vi enfermo,
Lo veo con paso firme
Pisar su feudo, Palermo.
El bigote un poco gris
Pero en los ojos el brillo
Y cerca del corazón
El bultito del cuchillo.
El cuchillo de esa muerte
De la que no le gustaba
Hablar; alguna desgracia
De cuadreras o de taba.
De atrio, más bien. Fue caudillo,
Si no me marra la cuenta,
Alla por los tiempos bravos
Del ochocientos noventa.
Lacia y dura la melena
Y aquel empaque de toro;
La chalina sobre el hombro
Y el rumboso anillo de oro.
Entre sus hombres habia
Muchos de valor sereno;
Juan Muraña y aquel Suarez
Apellidado el Chileno.
Cuando entre esa gente mala
Se armaba algun entrevero
El lo paraba de golpe,
De un grito o con el talero.
Varon de animo parejo
En la buena o en la mala;
"En casa del jabonero
El que no cae se refala."
Sabía contar sucedidos,
Al compas de la vihuela,
De las casas de Junin
Y de las carpas de Adela.
Ahora esta muerto y con el
Cuanta memoria se apaga
De aquel Palermo perdido
Del baldío y de la daga.
Ahora esta muerto y me digo:
Que hara usted, don Nicanor,
En un cielo sin caballos
Ni envido, retruco y flor?