Queridos Reyes Magos:
Se me echaba la fecha encima y no escribía. Estamos ya casi a un mes de vuestra visita, pero teniendo en cuenta cómo anda Correos desde que mi abuelo dejó la oficina, más vale mandar las cartas con tiempo.
Este año he intentado, como siempre, ser bueno y considerado, aunque también como siempre, habrán sido más los intentos que los logros en este sentido. No obstante, digo yo que sí dará para algún caprichillo...
El caso es que me pongo a pensar y a pensar, y no acabo de encontrar nada que me haga tanta ilusión como para pedíroslo en esta carta. Y eso que le he echado un vistazo al catálogo del Toys’r’Us y todo. ¿Será que eso de cumplir los treinta me ha jugado una mala pasada?
Vosotros, que lo veis todo por un agujerito, ya sabéis cómo me gustan a mí eso de los aniversarios y las fechas redondas, así que igual se trata de eso, de que al cumplir los treinta me he puesto tontorrón, y las cosas que me gustaría pediros... Pues qué se yo, que me parece que van a ser difíciles de conseguir. Sí, ya sé que vosotros sois especialistas en dar con regalos complicados, ¡pues menudo entrenamiento habéis tenido conmigo! Pero no, no es eso. Lo que quiero decir es que, actualmente, no quiero ningún libro nuevo, ningún jersey bonito, ningún iPod o cacharro similar.
Lo que de verdad me gustaría es levantarme la mañana del día seis y encontrarme con el barco pirata de los Clicks, o su fuerte del Séptimo de Caballería, o los Airgamboys vestidos de romanos; con aquella nave espacial blanca de La Guerra de las Galaxias -que años después aprendería a llamar X-winds- que tanto le gustaba a mi padre; con aquel monopatín pequeño último modelo o los walkie-talkies de orejeras; con la pistola transformable y la gorra de V y aquel Geyperman barbudo con diversos uniformes.
Cómo me gustaría volver a meterme en mi bata y, mientras mi madre prepara el desayuno y mi padre me monta los coches y las naves y les pone sus pegatinas, probar con mi hermano un nuevo juego del Commodore 64 o alinear todos los G.I.Joes nuevos y sus flamantes vehículos.
Y es que unos Reyes así sin mi hermano, sin los cuchicheos nocturnos y los nervios al romper el alba, no serían Reyes. Esta vez, además, prometo que no intentaría convencerlo para que os pidiese juguetes para los que yo era “demasiado mayor”. El pobre al final los pedía. Y el que jugaba con ellos era yo.
Pero bueno, volviendo con mi regalo para este año, para hacer las cosas bien hechas, la noche antes tendríamos que haber recogido ya algunos regalos. ¡Hombre, claro! Si no, no es como tiene que ser. Porque vosotros siempre habéis sabido ajustar bien vuestra agenda. Y así, justo después de ver pasar vuestra cabalgata por la Puerta de la Carne, al volver a casa de la tita Loli, ¡caracoles!, algún paje escurridizo ya se había colado y nos había dejado los primeros regalos sobre la mesa de la salita. Además, con un poco de suerte, la abuela Rosario volvería a sentarme en sus rodillas para que el primo Rafalín me encasquetase bien las puñetas y la boina de la banda de música, para dejarme jugar luego con la corneta.
Pero no me enrollo, que quedan cosas (oye, yo por pedir, pido).
Pasada la cabalgata y recogidos los regalos, me gustaría volver a casa de los abuelos Rosario y Manuel. No sé por qué teníamos que irnos mi hermano y yo con el abuelo y con papá a tomar antes una Fanta al bar de al lado, con las ganas que teníamos de ver si ya habíais pasado por allí también.
Queridos Reyes, ¿sabéis que hay gente que no se explicaba cómo pasabais por esas dos casas el día cinco por la tarde? Mira éste. “Oye -les decía yo-, que son muchos niños y muchas casas para hacerlo en una sola noche. Los pobres adelantan lo que pueden”. ¿A que sí?
Bueno, el caso es que, tomada la Fanta, saldríamos disparados para la casa, y allí estarían mi madre y mi abuela con las manos en la cabeza de asombro, por lo que se habrían encontrado. Ríete tú de la cueva de Alí Babá. Imaginaos un salón con dos espejos bien grandes, iluminado como una sala de baile, y una mesa en el centro a rebosar de regalos y chucherías... Y la locura allí eran los disfraces. No sé si prefiero el del Zorro -que mi abuelo me decía que era el de La Máscara Negra, que fue una serie muy bonita que hizo Sancho Gracia y que era El Zorro a la española-, el de cazador o el de Superman. O aquel rifle desmontable que lanzaba flechas y que hubiera sido la delicia del mismísimo Q, el armero de 007. ¡O el Cine Exin!
Y muchos regalos más, pero no para nosotros, sino para el tito Moli y la tira Rosario, y para los primos, Manolo, Rocío, Rafa y Chari. Tal vez el fin de semana siguiente nos iríamos a echar el día a Fuentes o a Lora para llevárselos y comer con ellos.
¿Puedo pedir más? Vale.
Porque a la mañana del seis, me gustaría ir a almorzar a casa de los otros abuelos, Nati y Ángel, y si está la tita Angelita, tanto mejor. Y ya si están los primos -Javi, Alberto y Eduardo- y la tita Rafi, sería el no va más. Y si además... bueno, eso, lo que vosotros sabéis. Menudas se organizaban allí con todos metidos. Me comprometería a ir a montar otra vez aquel árbol de Navidad, y ayudar con el belén dentro de la pecera de bola, que tan chulo les quedaba a la abuela y a mi hermano.
¡Jo! Y allí, sobre el sofá, me gustaría encontrar otra vez todos aquellos libros con los que me divertí, soñé y aprendí tanto. Y las películas de la Guerra de las Galaxias en VHS, y las de Alfred Hitchcock...
Majestades, ¿puedo pedir todas estas cosas? Sí, ya sé que contra el vicio de pedir está la virtud de no dar, pero yo las pido, por si acaso. Aunque bien pensado, actualmente tengo también unos días cinco y seis de enero maravillosos, también junto a familiares y seres queridos. Algunos ya no están, pero también han llegado otros adorables, una nueva y gran familia que ya siento como mía. Y otra, más pequeñita, que es la que Marta y yo hemos montado.
Como también dice mi madre, son nuevas etapas en las que se van descubriendo nuevos encantos. Así que, en realidad, creo que lo que os quiero pedir es que me ayudéis a conservar por siempre todos aquellos días de Reyes. Que nunca me olvide de aquellas sensaciones, de aquellas ilusiones, de aquellas sonrisas.
Tal vez haya quien piense que un recuerdo no es un regalo. Ése no tiene mis recuerdos.
Tal vez haya quien piense que los Reyes no existen. Ése no ha tenido mis Reyes.
Muchas gracias.
Con todo el cariño.
Se me echaba la fecha encima y no escribía. Estamos ya casi a un mes de vuestra visita, pero teniendo en cuenta cómo anda Correos desde que mi abuelo dejó la oficina, más vale mandar las cartas con tiempo.
Este año he intentado, como siempre, ser bueno y considerado, aunque también como siempre, habrán sido más los intentos que los logros en este sentido. No obstante, digo yo que sí dará para algún caprichillo...
El caso es que me pongo a pensar y a pensar, y no acabo de encontrar nada que me haga tanta ilusión como para pedíroslo en esta carta. Y eso que le he echado un vistazo al catálogo del Toys’r’Us y todo. ¿Será que eso de cumplir los treinta me ha jugado una mala pasada?
Vosotros, que lo veis todo por un agujerito, ya sabéis cómo me gustan a mí eso de los aniversarios y las fechas redondas, así que igual se trata de eso, de que al cumplir los treinta me he puesto tontorrón, y las cosas que me gustaría pediros... Pues qué se yo, que me parece que van a ser difíciles de conseguir. Sí, ya sé que vosotros sois especialistas en dar con regalos complicados, ¡pues menudo entrenamiento habéis tenido conmigo! Pero no, no es eso. Lo que quiero decir es que, actualmente, no quiero ningún libro nuevo, ningún jersey bonito, ningún iPod o cacharro similar.
Lo que de verdad me gustaría es levantarme la mañana del día seis y encontrarme con el barco pirata de los Clicks, o su fuerte del Séptimo de Caballería, o los Airgamboys vestidos de romanos; con aquella nave espacial blanca de La Guerra de las Galaxias -que años después aprendería a llamar X-winds- que tanto le gustaba a mi padre; con aquel monopatín pequeño último modelo o los walkie-talkies de orejeras; con la pistola transformable y la gorra de V y aquel Geyperman barbudo con diversos uniformes.
Cómo me gustaría volver a meterme en mi bata y, mientras mi madre prepara el desayuno y mi padre me monta los coches y las naves y les pone sus pegatinas, probar con mi hermano un nuevo juego del Commodore 64 o alinear todos los G.I.Joes nuevos y sus flamantes vehículos.
Y es que unos Reyes así sin mi hermano, sin los cuchicheos nocturnos y los nervios al romper el alba, no serían Reyes. Esta vez, además, prometo que no intentaría convencerlo para que os pidiese juguetes para los que yo era “demasiado mayor”. El pobre al final los pedía. Y el que jugaba con ellos era yo.
Pero bueno, volviendo con mi regalo para este año, para hacer las cosas bien hechas, la noche antes tendríamos que haber recogido ya algunos regalos. ¡Hombre, claro! Si no, no es como tiene que ser. Porque vosotros siempre habéis sabido ajustar bien vuestra agenda. Y así, justo después de ver pasar vuestra cabalgata por la Puerta de la Carne, al volver a casa de la tita Loli, ¡caracoles!, algún paje escurridizo ya se había colado y nos había dejado los primeros regalos sobre la mesa de la salita. Además, con un poco de suerte, la abuela Rosario volvería a sentarme en sus rodillas para que el primo Rafalín me encasquetase bien las puñetas y la boina de la banda de música, para dejarme jugar luego con la corneta.
Pero no me enrollo, que quedan cosas (oye, yo por pedir, pido).
Pasada la cabalgata y recogidos los regalos, me gustaría volver a casa de los abuelos Rosario y Manuel. No sé por qué teníamos que irnos mi hermano y yo con el abuelo y con papá a tomar antes una Fanta al bar de al lado, con las ganas que teníamos de ver si ya habíais pasado por allí también.
Queridos Reyes, ¿sabéis que hay gente que no se explicaba cómo pasabais por esas dos casas el día cinco por la tarde? Mira éste. “Oye -les decía yo-, que son muchos niños y muchas casas para hacerlo en una sola noche. Los pobres adelantan lo que pueden”. ¿A que sí?
Bueno, el caso es que, tomada la Fanta, saldríamos disparados para la casa, y allí estarían mi madre y mi abuela con las manos en la cabeza de asombro, por lo que se habrían encontrado. Ríete tú de la cueva de Alí Babá. Imaginaos un salón con dos espejos bien grandes, iluminado como una sala de baile, y una mesa en el centro a rebosar de regalos y chucherías... Y la locura allí eran los disfraces. No sé si prefiero el del Zorro -que mi abuelo me decía que era el de La Máscara Negra, que fue una serie muy bonita que hizo Sancho Gracia y que era El Zorro a la española-, el de cazador o el de Superman. O aquel rifle desmontable que lanzaba flechas y que hubiera sido la delicia del mismísimo Q, el armero de 007. ¡O el Cine Exin!
Y muchos regalos más, pero no para nosotros, sino para el tito Moli y la tira Rosario, y para los primos, Manolo, Rocío, Rafa y Chari. Tal vez el fin de semana siguiente nos iríamos a echar el día a Fuentes o a Lora para llevárselos y comer con ellos.
¿Puedo pedir más? Vale.
Porque a la mañana del seis, me gustaría ir a almorzar a casa de los otros abuelos, Nati y Ángel, y si está la tita Angelita, tanto mejor. Y ya si están los primos -Javi, Alberto y Eduardo- y la tita Rafi, sería el no va más. Y si además... bueno, eso, lo que vosotros sabéis. Menudas se organizaban allí con todos metidos. Me comprometería a ir a montar otra vez aquel árbol de Navidad, y ayudar con el belén dentro de la pecera de bola, que tan chulo les quedaba a la abuela y a mi hermano.
¡Jo! Y allí, sobre el sofá, me gustaría encontrar otra vez todos aquellos libros con los que me divertí, soñé y aprendí tanto. Y las películas de la Guerra de las Galaxias en VHS, y las de Alfred Hitchcock...
Majestades, ¿puedo pedir todas estas cosas? Sí, ya sé que contra el vicio de pedir está la virtud de no dar, pero yo las pido, por si acaso. Aunque bien pensado, actualmente tengo también unos días cinco y seis de enero maravillosos, también junto a familiares y seres queridos. Algunos ya no están, pero también han llegado otros adorables, una nueva y gran familia que ya siento como mía. Y otra, más pequeñita, que es la que Marta y yo hemos montado.
Como también dice mi madre, son nuevas etapas en las que se van descubriendo nuevos encantos. Así que, en realidad, creo que lo que os quiero pedir es que me ayudéis a conservar por siempre todos aquellos días de Reyes. Que nunca me olvide de aquellas sensaciones, de aquellas ilusiones, de aquellas sonrisas.
Tal vez haya quien piense que un recuerdo no es un regalo. Ése no tiene mis recuerdos.
Tal vez haya quien piense que los Reyes no existen. Ése no ha tenido mis Reyes.
Muchas gracias.
Con todo el cariño.
Javi