Venga. ¿A que sí? ¿A que suena a castaña, a rollo decimonónico...? Pues no, amigo mío. Ni hablar del peluquín. El castaña eres tú si opinas así. Ayer pudimos comprobar, en la Biblioteca Infanta Elena de Sevilla, cómo una reunión de aficionados a la literatura -autores y lectores-, puede resultar de los más interesante, amena y prometedora.
No éramos muchos -¿o tal vez sí?-, quince o veinte personas. ¿Y queréis saber lo más curioso? Estábamos hablando allí mismo, en la zona de hemeroteca, rodeados de gente leyendo, estudiando, consultando. Debo confesar que no pensaba que aquello fuese a funcionar. ¿Cómo no iba a molestarles un grupo de personas hablando en medio de una biblioteca? Pues no solo no hubo problemas, sino que incluso algunas de esas personas se sumaron a la charla. Como si esas voces templadas y respetuosas no fuese más que un agradable fondo sonoro, como el consabido riachuelo de un paseo campestre.
Hay que reconocerle a Andrés Nadal, al frente de la escuela de escritores Escribes, su trabajo no sólo para organizar ese encuentro, sino también por alentar a los presentes para que la cosa no quede en algo puntual. Y sería muy de agradecer, porque desde luego no vamos a cambiar el mundo con esas charlas y debates, pero sí que podemos enriquecer, y mucho, nuestro mundo interior y el de cuantos logremos convencer.
Creo que ayer fueron dos los temas estrella: la necesidad de revitalizar la vida cultural sevillana (la eterna cuestión) y los diferentes planteamientos de los autores a la hora de publicar. Con esto último quiero referirme a cómo, los distintos escritores que participamos, teníamos opiniones diferentes sobre el destino que queríamos para nuestras obras. Mientras para algunos el objetivo era publicar, no diremos que a cualquier precio pero sí sin que ésa sea una condición fundamental, otros planteaban la necesidad de ser muy críticos y selectivos a la hora de apostar por un sello u otro. Perspectivas diferentes, en definitiva, que, me parece, llevan a distinguir entre dos tipos de autores: los que quieren vivir de la escritura y los que tienen ésta como una afición e instrumento para dar salida a sus inquietudes artísticas. Igual de honorables ambas, por supuesto.
Pero creo que por encima de los temas que se abordaron, lo que más me gustó de la tertulia de ayer, al igual que ocurrió con la mesa redonda del pasado sábado, así como con experiencias similares en las que he tenido la suerte de participar; lo que más me gusta, decía, es el propio hecho, estar con un grupo de personas que ondean orgullosos las banderas de la inquietud y el respeto, e intercambiar con ellos opiniones sobre los aspectos más diversos de la vida cultural en la que nos movemos o en la que nos gustaría movernos.
En un mundo tan práctico como el de nuestros días, donde parece que nada vale la pena si no es productivo, es un lujo poder tomar parte en este tipo de citas que, desde su modesta sencillez, creo que suponen monumentos a la pervivencia de la sensibilidad del ser humano por encima de tanto marketing, superventas y primetimes.
No éramos muchos -¿o tal vez sí?-, quince o veinte personas. ¿Y queréis saber lo más curioso? Estábamos hablando allí mismo, en la zona de hemeroteca, rodeados de gente leyendo, estudiando, consultando. Debo confesar que no pensaba que aquello fuese a funcionar. ¿Cómo no iba a molestarles un grupo de personas hablando en medio de una biblioteca? Pues no solo no hubo problemas, sino que incluso algunas de esas personas se sumaron a la charla. Como si esas voces templadas y respetuosas no fuese más que un agradable fondo sonoro, como el consabido riachuelo de un paseo campestre.
Hay que reconocerle a Andrés Nadal, al frente de la escuela de escritores Escribes, su trabajo no sólo para organizar ese encuentro, sino también por alentar a los presentes para que la cosa no quede en algo puntual. Y sería muy de agradecer, porque desde luego no vamos a cambiar el mundo con esas charlas y debates, pero sí que podemos enriquecer, y mucho, nuestro mundo interior y el de cuantos logremos convencer.
Creo que ayer fueron dos los temas estrella: la necesidad de revitalizar la vida cultural sevillana (la eterna cuestión) y los diferentes planteamientos de los autores a la hora de publicar. Con esto último quiero referirme a cómo, los distintos escritores que participamos, teníamos opiniones diferentes sobre el destino que queríamos para nuestras obras. Mientras para algunos el objetivo era publicar, no diremos que a cualquier precio pero sí sin que ésa sea una condición fundamental, otros planteaban la necesidad de ser muy críticos y selectivos a la hora de apostar por un sello u otro. Perspectivas diferentes, en definitiva, que, me parece, llevan a distinguir entre dos tipos de autores: los que quieren vivir de la escritura y los que tienen ésta como una afición e instrumento para dar salida a sus inquietudes artísticas. Igual de honorables ambas, por supuesto.
Pero creo que por encima de los temas que se abordaron, lo que más me gustó de la tertulia de ayer, al igual que ocurrió con la mesa redonda del pasado sábado, así como con experiencias similares en las que he tenido la suerte de participar; lo que más me gusta, decía, es el propio hecho, estar con un grupo de personas que ondean orgullosos las banderas de la inquietud y el respeto, e intercambiar con ellos opiniones sobre los aspectos más diversos de la vida cultural en la que nos movemos o en la que nos gustaría movernos.
En un mundo tan práctico como el de nuestros días, donde parece que nada vale la pena si no es productivo, es un lujo poder tomar parte en este tipo de citas que, desde su modesta sencillez, creo que suponen monumentos a la pervivencia de la sensibilidad del ser humano por encima de tanto marketing, superventas y primetimes.