

La opinión del público se ceba, en estos días, en el debate planteado por el presidente Alan García sobre la pena de muerte para quien viole a un niño y posteriormente lo mate.
Supuestamente, el APRA (partido político de García), es el representante del Perú ante la Internacional Socialista.
Para quienes creímos que, esta vez, García había aprendido algo de los trágicos errores en lo que arrastró al Perú en su gobierno de 1985 - 1990, es un leve desengaño más que se suma a aquéllos acostumbrados desde la instauración de la nación.
El Perú nunca quiso la independencia, vale decir, las clases dirigentes, los criollos. La independencia nos vino de fuera, primero con la expedición argentina de San Martín en 1821 y ratificada en la batalla de Ayacucho en 1824 luego de la venida de Bolívar al Perú.
Los criollos peruanos siempre quisieron mantener (salvo casos muy aislados) los privilegios que una monarquía le otorgaba: títulos, poder, etc. Son las mismas personas que gozan, en nuestra capital, en la actualidad, de la pobreza y falta de trabajo de muchos jóvenes. Si alguien pasa por Lima, verá que los supermercados donde suelen comprar los grandes burgueses limeños, se contentan con tener a una serie de peones, operarios disfrazados según la temporada del año, para que les lleven en un carrito las compras a su casa. No es raro ver al "señor(a)" limeño con uno de estos jóvenes, detrás, llevánodoles la compra.
Nunca tuvimos país, menos una República.
Hoy, el presidente García pretende reinstaurar la pena de muerte, haciendo que la sociedad peruana retroceda en cuanto a los logros y las metas que la sociedad civilizada se plantea; yendo en contra de los valores socialistas que pretende encarnar.
¿Que el 82% de la población apoya su medida? Claro está. Si se sale a la calle y se pregunta "¿está usted de acuerdo con que se fusile a los violadores de niños?", la respuesta será altísima. Pero, ¿desde cuándo se legisla por referéndum? Es más: ni siquiera se debe legislar oyendo lo que las víctimas piensan, porque la ley, los estamentos jurídicos, deben tratar de evitar todo apasionamiento en lo que sancionan.
La pena de muerte no es disuasoria, lo digo como psicólogo: a todo sentimiento de culpa responde una necesidad de castigo. No sólo los criminales no toman en cuenta las leyes cuando las infringen, sino que muchas veces la culpa en ellos opera de tal manera que el matarlos es una liberación, jamás un disuasor.
Esta medida que se quiere instaurar, populista y retrógrada es sólo para darle circo al pueblo, escamoteando los grandes problemas del Perú. ¿Acaso un Poder Judicial corrompido e ineficaz como el peruano podrá garantizar que no se cometerán errores? ¿Acaso no se trata de darle a la sociedad su pequeña parcela de violencia y venganza institucionalizada en esta pena para que, no reconozca, por otro lado, que es tan asesina como el que condenan?
Nunca tuvimos país, pero es hora de empezar a tenerlo.
Nunca tuvimos República, es hora de empezar a incluir.
Nunca nos hemos sentido peruanos del todo, es tiempo de ver que el otro lo es en tanto hay una lazo de proximidad.
Hora de construir y no de matar.
Nadie dice que no se endurezcan las penas contra los delincuentes, de lo que se trata es no desbordar a la sociedad en la prosecución de los apetitos más primarios y primitivos que, a veces, lamentablemente, son legalizados por el Estado.