James Bond ha vuelto

Hoy es el gran día. Dos años de espera y James Bond está de vuelta en su nueva aventura, 007: Quantum of Solace. ¿Que qué significa ese título? Ni los propios autores han sabido explicarlo bien. Está tomado de una historia corta de Ian Fleming, y en ese contexto significa que una relación no puede ser salvada a menos que haya un ‘quantum of solace’ entre las dos partes; una “cantidad de consuelo”, literalmente.

Cuando Pierce Brosnan se quitó el esmoquin de 007 en su última aventura, muchos vieron en ese hecho la prueba más palpable de que el agente secreto más famoso de la gran pantalla tenía los días contados en el nuevo milenio. Con Brosnan, los responsables de la serie habían intentado ofrecer a las nuevas generaciones un Bond que combinaba lo mejor de los que ya habían pasado por el cañón diseñado por Maurice Binder. La dureza de Sean Conney, el humor de Roger Moore y la frialdad de Timothy Dalton (de George Lazenby, el pobre, nadie se acuerda). Pero la cosa no terminó de cuajar. Sí, 007 volvía a vender entradas una década después de su última aventura, pero los espectadores no estaban del todo convencido con ese agente con aires de superhéroe pasado de rosca. Y en eso, llegó Daniel Craig.

Michael G. Wilson y Barbara Broccoli, los responsables últimos de la productiva saga cinematográfica, hicieron bien en no escuchar las muchas críticas que le llovieron al nuevo actor encargado de dar vida al agente secreto. Precisamente de lo que muchos le tildaban, de “blandengue” y “poco convincente”, ha sido lo que ha terminado convenciendo. El James Bond de Daniel Craig está más cerca de pasar por un ser humano más, una pretensión que ya tuvo Dalton pero a que no le permitieron desarrollar. Lejos de la frialdad novelesca de Connery y de la comicidad circense de Moore, Craig aborda el personaje con seriedad y lo dota de debilidades, pasiones y miedos, como cualquier otro mortal. Bond vuelve a llorar, por primera vez, desde aquel Lazenby que quedaba viudo en Al servicio secreto de su Majestad. Y como ya ocurría en 007: Licencia para matar, en su nueva aventura, el agente también busca venganza.

Esta tarde, aquí el que les escribe estará como un tito haciendo cola para ir a ver la película, y la saborearemos con tranquilidad. Creo que se notará el buen hacer del director, Marc Forster, responsable de cintas como Monster’s Ball o Más extraño que la ficción, quien parece que ha sabido cogerle el tono al personaje y trasladar toda su mitomanía a un mundo real en el que las caídas duelen y los amores dejan cicatriz. Si ya en 2006 Martin Campbell ayudó a perfilar el Bond del nuevo milenio, Forster le ha dado el toque definitivo.

La película ofrece acción a raudales, mucho más que Casino Royale, pero basta echarle un vistazo al trailer para comprobar que se trata de escenas bien diseñadas, dirigidas y ejecutadas, con un buen respaldo del guión para cada una de ellas. Desde luego, siempre es un placer ver una buena persecución o un tiroteo en condiciones, pero desgraciadamente el cine actual tiende siempre al exceso y a dejarlo todo en manos de la tecnología digital. Años atrás, el veterano John Frankenheimer demostró con Ronin cómo rodar en 1998 un fabuloso thriller con las técnicas y el encanto de los años sesenta.

Y es que no cabe duda de que la etapa Craig de James Bond es la más interesante desde los tiempos de Connery. El nuevo agente vive las aventuras de siempre, pero resultan mucho más creíbles al espectador. No faltan los gadgets, pero son más fáciles de aceptar que aquellos relojes-maravilla que usaba Moore o ese coche invisible de chiste que llegaron a endosarle a Brosnan. Por otro lado, además, el nuevo Bond sangra, suda, se ensucia y se despeina como cualquier hijo de vecino. Sigue siendo 007, pero ahora es mortal. Sigue siendo 007, pero ahora nos gusta más.