Hoy estoy malito y no ha habido más remedio que quedarse en casa. Y si había algo bueno de estar malo cuando era niño era poder levantarme por la mañana y ver un peli -que como mi padre estaba trabajando, no podía decirme aquello de que ésas no eran horas-, así que hoy he hecho lo mismo. A eso de las nueve y cuarto estaba ya aseadito, vestidito y sentado en mi sillón cubierto por una manta, para ver la nueva verson de El tren de las 3.10 a Yuma. Y como otras veces, a los pocos minutos de empezar, me he sorprendido a mí mismo musitando ilusionado "¡Ésta es de las buenas!"

¿Que de dónde viene esa frase? Bueno, tampoco es que sea arameo. Quiero decir, que es una expresión simple y bastante común. Pero yo la tengo ligada a dos voces concretas, las de mis dos abuelos. Y la cosa va a más. Que venga el doctor Freud y lo diga. Porque, casualidades de la vida, si el género preferido de mi abuelo Manolo eran las películas de vaqueros (de caballos, decía él), con las que más disfrutaba mi abuelo ángel era con las de factura inglesa, de espías a ser posible.
Yo creo que ver películas con mis abuelos era como aprender kárate con el señor Miyagi, ése que ponía al chaval a limpiar el coche y pintar la valla con el "dar cera, pulir cera", y al final resultaba que era una manera indirecta de aprender las artes de la lucha. Pues igual, pero sentado en el sofá. Con mis abuelos habré visto -y revisto- el ciento y la madre.
En eso, mi abuela Rosario se esmeraba en advertir al personaje en cuestión de que no abriese la puerta porque lo iban a matar -porque ya habíamos visto esa peli varias veces-, mientras mi abuela Nati, si la cosa apuntaba beligerante, nos mandaba a mi abuelo y a mí a ver la película al salón, que a ella no le gustan las de tiros.

Así que es inevitable que ahora, cada vez que veo algún nuevo título en casa, si son actores con presencia, si el comienzo engancha, si hay escenarios atractivos, si suena música a tono, si sueltan algunas frases contundentes... En ese caso me acomodó en el sillón y siento un pequeño cosquilleo en el estómago, como si volviese a tener doce años. Porque sé que durante las próximas dos horas lo voy a pasar bien.
Entonces pienso en mis abuelos y les digo: "¡Ésta es de las buenas!"
